lunes, 31 de mayo de 2010

"EL COMUNISMO ES INCOMPATIBLE CON LA NATURALEZA HUMANA"
DIEZ CAUSAS DEL FRACASO DEL COMUNISMO
SEGUN CARLOS A. MONTANER :

Los políticos cuando no consideran a la familia, el matrimonio, las creencias religiosas terminan fracasando en todos sus proyectos políticos en el sentido de aceptación popular. Son Instituciones que vienen de siglos, de generaciones y de su aceptación y reconocimiento a que existe un ser superior que rige el universo y han sobrevivido en nuestro planeta en constante evolución. Las virtudes cívicas, las disposiciones para el trabajo de este capital humano en su libre albedrío de intercambios sociales en sus lugares de reposo, de actividades físicas, como el trabajo, el deporte y el disfrutar de los recursos que la misma tierra les da, son difíciles de romper. Esta premisa teórica, es la clave del éxito en cualquier sociedad. La URSS se desplomo y con ello fueron cayendo muchos otros países que creyeron que el estado podría desarrollar riqueza, bienestar y desarrollo a sus respectivos países.


1. El colectivismo y la represión al ego

El más evidente de esos elementos contrarios a la naturaleza humana era la imposición violenta de diversas expresiones del colectivismo que negaban o reprimían la pulsión egoísta radicada en la psiquis de las personas sanas. El totalitarismo convertía el reclamo de prestigio y distinción personal ?uno de los grandes motores de la acción humana? en una suerte de conducta antisocial castigada por las leyes y estigmatizada por la moral oficial, olvidando que las personas necesitan fortalecer su autoestima mediante el reconocimiento social basado en la singularidad de sus logros. Naturalmente, esa represión al egoísmo y a la búsqueda de reconocimientos iba acompañada por grotescas formas sustitutas del éxito, como las distinciones oficiales a los “héroes del trabajo” dentro de la tradición stajanovista , pero la artificialidad de este sistema de premios, generalmente entregados en ceremonias ridículas, inevitablemente vinculados a la docilidad bovina de los elegidos, acababa por perder cualquier tipo de prestigio social, vaciándolo totalmente de contenido emocional.





2. El altruismo universal abstracto contra el altruismo selectivo espontáneo

El colectivismo exhibía, además, otra faceta inmensamente negativa: decretaba la obligatoriedad de una especie de altruismo universal abstracto, los obreros, la humanidad, el campo socialista, mientras combatía el altruismo selectivo espontáneo, dirigido al círculo de las relaciones más íntimas, que es, realmente, el que moviliza los esfuerzos de los seres humanos: al desaparecer la propiedad privada ya no era posible dotar a los hijos de elementos materiales que garantizaran su bienestar. Ese fuerte instinto de protección que lleva a padres y madres, especialmente a las madres a sacrificarse por sus descendientes y a posponer las gratificaciones personales en aras de sus seres queridos, quedaba prácticamente anulado por la imposibilidad material de transmitirles bienes. Era, pues, un sistema que inhibía y penalizaba dos de las actitudes y comportamientos que más influyen en la voluntad de trabajar y en la consecuente creación de riquezas: la búsqueda del triunfo personal y la protección y el mejoramiento de la familia. ¿Cómo asombrarse, pues, de los raquíticos resultados materiales del totalitarismo comunista cuando el sistema, generalmente impuesto por la violencia, suprimía las motivaciones más enérgicas que tienen las personas para trabajar con ahínco? 750) this.width=750" border=0> Las nuevas generaciones sovieticas aprenden que la URSS fracaso





3. La desaparición de los estímulos materiales como recompensa a los esfuerzos

Pero ni siquiera ahí terminaban los refuerzos negativos que debilitaban la voluntad de trabajar en las personas comunes y corrientes: el marxismo proponía como meta la lejana obtención de un paraíso siempre situado en la inalcanzable línea del horizonte. El sistema exigía el sacrificio constante en beneficio de generaciones futuras, privando a los trabajadores de una recompensa efectiva e inmediata conseguida como resultado de sus desvelos, ignorando que, si algo se sabe con toda certeza en el terreno de las motivaciones, es que existe una relación directa entre el nivel de esfuerzo y la inmediatez de la recompensa obtenida: mientras mayor sea y más próxima se encuentre la recompensa, más intenso será el esfuerzo por obtenerla. ¿Cuánto tiempo y cuántas generaciones de trabajadores podían realmente defender con entusiasmo un sistema que les negaba o aplazaba sine die una legítima compensación por sus desvelos?





4. La falsa solidaridad colectiva y el debilitamiento del “bien común”

Como consecuencia del colectivismo y de la desaparición de estímulos materiales asociados al esfuerzo personal, en todos los Estados Comunistas se producía, además, un paradójico fenómeno que Marx no supo prever: la solidaridad colectiva, lejos de fortalecerse con el comunismo, fue desvaneciéndose hasta hacerse imperceptible. Nadie cuidaba los bienes públicos. La verdad oficial era que todo era de todos. La verdad real era que nada era de nadie, y, en consecuencia, a nadie le importaba robarle al Estado, dilapidar las instalaciones colectivas, o abusar sin contemplaciones de los servicios ofrecidos, actitud que generaba una letal combinación entre el despilfarro y la escasez propia del sistema. En los Estados comunistas la obsolescencia de los equipos era asombrosa: los tractores, vehículos de transporte o cualquier maquinaria que se entregaba a los trabajadores tenían una vida útil asombrosamente breve, acortada aún más por la permanente falta de piezas de repuesto, típica de las economías centralmente planificadas. Nadie cuidaba nada porque las personas no conseguían asumir mentalmente la idea del “bien común”. Lo que era del Estado, un ente opresor remoto e incómodo, no les pertenecía a ellas y no había razón para protegerlo. Esto se veía con claridad en el entorno urbano característico de las ciudades regidas por el socialismo, siempre sucio, despintado, mal iluminado, con edificios en ruinas. A un país como Alemania del Este, la más próspera de las naciones comunistas, las cuatro décadas que duró el comunismo no le alcanzaron siquiera para recoger todos los escombros de la Segunda Guerra mundial. En La Habana, destruida por la incuria sin límite del castrismo, mientras los automóviles oficiales al servicio de la nomenklatura apenas duraban dos o tres años, los viejos coches de los años cuarenta y cincuenta, todavía en manos de particulares, se mantenían circulando heroicamente. La diferencia entre el destino de unos y otros era una forma silenciosa, pero efectiva, de demostrar la ineficiencia sin paliativos del socialismo y el inmenso costo material que esa característica le imponía a la sociedad.





5. La ruptura de los lazos familiares

Por otra parte, el colectivismo y la imposibilidad de colaborar con el bienestar de la familia no parecían ser un producto fortuito de la desaparición de la propiedad privada, sino una consecuencia conscientemente buscada por la dictadura totalitaria en su afán por romper los lazos familiares con el objetivo de forjar hombres y mujeres que no estuvieran sujetos a la moral tradicional. De ahí las comunas chinas, las escuelas en el campo cubanas o el rechazo brutal camboyano a la vida urbana durante la tiranía de Pol Pot: se trataba de romper bruscamente los vínculos de sangre para crear una hermandad fundada en la ideología, donde la fuente única para la transmisión de los valores fuera el omnisapiente Partido. Por eso en todos los gobiernos comunistas se cantaban las glorias de los niños que vencían los prejuicios de la lealtad burguesa y eran capaces de delatar a la policía política a sus padres o hermanos cuando estos violaban las normas de la doctrina. Ni siquiera se podía amar a quien no exhibiera las señas de identidad comunistas o, más genéricamente, “revolucionarias”. En Cuba, por ejemplo, desde los años sesenta el castrismo decretó el fin de cualquier contacto con familiares “desafectos” o exiliados, y centenares de miles de familias interrumpieron sus vínculos tajantemente. Hijos, padres y hermanos, divididos por la militancia política por órdenes implacables del Estado, dejaron de hablarse o escribirse. En los expedientes policíacos, en las planillas de admisión a los centros de estudio y en las empresas se inscribía el dato peligroso: “el acusado mantiene relaciones con familiares que viven en el exterior”. Otras veces la advertencia giraba en torno al círculo de amigos: “el acusado mantiene relaciones con contrarrevolucionarios conocidos”. Mas esa brutal manipulación de las zonas afectivas de las personas tenía un alto costo emocional: las personas, obligadas por el miedo, obedecían al Estado, y renunciaban a los lazos familiares o amistosos comprometedores, pero secretamente se distanciaban aún más del Estado que las obligaba a esa abyecta mutilación de sus querencias.





6. Las instituciones estabularias

Consecuentemente, el totalitarismo negaba y reprimía cualquier forma de organización que no estuviera sujeta al control y escrutinio de la cúpula gobernante. La sociedad no podía espontáneamente generar instituciones para defender ideales o intereses legítimos. La participación estaba limitada a los pocos cauces creados por la cúpula: el Partido, las organizaciones de masas, los parlamentos unánimes, los sindicatos amaestrados, y en ninguna de esas instituciones oficiales las personas se veían realmente representadas. De forma contraria a la tradición histórica, el comunismo era un sistema conscientemente dedicado a desatar lazos y a disgregar las estructuras espontáneas y naturales de vinculación generadas por la sociedad, sustituyéndolas por correas de transmisión de una autoridad arbitraria y represiva, disfrazadas de cauces artificiales de participación, aun cuando eran, en realidad, verdaderos establos en los que “encerraban” a los ciudadanos para lograr su obediencia. ¿Resultado de esa cruel estabulación de las personas? Un creciente sentimiento de enajenación en el conjunto de la población, incapaz de sentirse representada y mucho menos defendida por un sector público percibido como extraño y ajeno.





7. Del ciudadano indefenso a ciudadano parásito

Sin embargo, el pecado comunista de someter a la obediencia a los ciudadanos mediante la coacción, y de cortarles las alas para que no pudieran pensar, organizarse, ni crear riquezas por cuenta propia, traía implícita su propia penitencia: convertía a las personas en unos improductivos parásitos que esperaban del Estado los bienes y servicios que éste no podía proporcionarles, precisamente por las limitaciones que le había impuesto a la sociedad. Ese ciudadano indefenso se convertía entonces en un consumidor permanentemente insatisfecho, constantemente obligado a violar las injustas reglas a que era sometido mediante el robo y el mercado negro, debilitando con ello las normas éticas que deben presidir cualquier organización social justa y razonable.





8. El miedo como elemento de coacción y la mentira como su consecuencia

En todo caso, ¿cómo lograban los comunistas ese grado de control social? Lo conseguían por medio de una desagradable sensación física omnipresente en las sociedades dominadas por el totalitarismo: mediante el miedo. Miedo a la represión. Miedo a los castigos físicos y morales. Miedo a ser expulsado de la universidad o del centro de trabajo. Miedo a ser despojado de la vivienda. Miedo a la cárcel. Miedo a los aterrorizantes Pogromos Miedo a las golpizas. Miedo a los paredones de fusilamiento. Sólo que el miedo, como todo refuerzo negativo, afirmación en la que no se equivocan los psicólogos conductistas, es un estímulo precario que genera reacciones contraproducentes. Entre ellas, tal vez las más graves son el fingimiento, la simulación y la ocultación. Mentir es la especialidad de las sociedades regidas por el comunismo. Miente el Partido cuando defiende planteamientos que sabe falsos o inalcanzables. Mienten los funcionarios cuando informan sobre los resultados de la gestión a ellos encomendada, generalmente mal ejecutada por falta de medios. Mienten los jerarcas cuando presentan resultados deliberadamente distorsionados. Mienten los militantes o los indiferentes cuando deben opinar sobre los logros supuestamente obtenidos, pero, lo que es aún más grave, todos, tirios y troyanos, enseñan a sus hijos a mentir porque en el sistema comunista, al revés de lo que asegura la Biblia, la verdad no nos hace libres, sino nos lleva directamente a la cárcel. Sólo que esa atmósfera de falsedades, que en Cuba llaman de “doble moral”, o de “moral de la yagruma”, una hoja que tiene dos caras de distintos colores?, se transforma en una fuente del cinismo más descarnado y destructor, terrible medio para la creación de riquezas, como revela una frase que se oía en todas las sociedades regidas por el comunismo: “ellos (el Estado) simulan pagarnos; nosotros, a cambio, simulamos trabajar”.





9. La desaparición de la tensión competitiva

De forma tal vez previsible, un modelo de organización como el comunismo, que introduce en la sociedad unas artificiales tensiones psicológicas basadas en el miedo y en la permanente incoherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace, simultáneamente destruye una tensión natural que contribuye a la mejora de la especie: la urgencia por competir. En efecto, los seres humanos tienden a competir en prácticamente todos los ámbitos de la convivencia. Desde el simple intercambio de criterios entre varias personas, muy estudiado por la dinámica de grupos, en donde inconscientemente todos procuran establecer y colocarse dentro de una cierta jerarquía, hasta las competiciones deportivas, en las que resulta obvia la búsqueda del triunfo, las mujeres y los hombres luchan por destacarse y escalar posiciones de avanzada. Desgraciadamente, dentro del sistema comunista, donde las únicas instituciones que existen son las diseñadas artificialmente por el Partido, y donde las iniciativas que se permiten son sólo las que emanan de la cúpula dirigente, los individuos creativos son casi siempre marginados y no encuentran campo para desarrollar sus sueños y proyectos. Los “héroes” y “capitanes de industria”, como les llamaba Thomas Carlyle, impelidos por la naturaleza para llevar a cabo impetuosas hazañas sociales, están prohibidos, son perseguidos o se les extirpa cruelmente de la vida pública si consiguen hacerse peligrosamente visibles. Es muy probable que en países como la URSS o Checoslovaquia, donde había un alto nivel educativo, existieran personas como William Shockley, uno de los creadores del transistor, o jóvenes inquietos como Steve Jobs, padre del computador personal Apple, pero ¿cómo las buenas ideas se transforman en acciones concretas en sistemas sociales cerrados, guiados por dogmas infalibles y administrados por burocracias políticas, ciegas y sordas ante cualquier iniciativa novedosa? El éxito aplastante de sociedades como la norteamericana, comparadas con las comunistas, se debe, en gran medida, a las inmensas posibilidades de actuación que tienen los individuos creativos donde existen libertades individuales e instituciones que favorecen el talento excepcional. Es muy notable que un genio como Thomas Alva Edison haya patentado más de mil inventos, y entre ellos la bombilla de luz eléctrica, o que un estudiante llamado Bill Gates haya creado un software ingenioso para ser utilizado como sistema operativo en las computadoras, pero tan admirable como la obra de estas personas, es que vivían en sociedades que potenciaban el paso vertiginoso de la idea al artefacto y del artefacto a la empresa. Edison no sólo inventó la bombilla: además creó la empresa para distribuir la electricidad y cobrar por el servicio. Gates no sólo perfeccionó el lenguaje Basic y le dio un destino concreto como pieza clave de las computadoras personales, sino en un humilde garaje y ayudado por cuatro amigos creó una empresa, Microsoft, que en veinte años estaría entre las mayores del planeta. De ambos haber nacido en el mundo comunista, lo probable es que la creatividad y la energía que los impulsaba a trabajar, competir y triunfar se hubieran disuelto lentamente bajo el peso letal de un sistema concebido para destruir casi cualquier iniciativa espontáneamente surgida en su seno.





10. La necesidad de libertad

A esta represión del espíritu de competencia hay que agregar la fatal supresión de las libertades implícita en toda forma de organización social montada sobre la existencia de dogmas inapelables, como sucede con la escolástica marxista. ¿Por qué recurrir a la expresión “escolástica marxista”? Porque en el marxismo, como en el método escolástico medieval, las verdades ya son conocidas y aparecen consignadas en los libros sagrados de la secta escritos por las autoridades. En el marxismo lo único que les es dable a las personas, especialmente si ocupan puestos destacados, es confirmar la sagacidad de las autoridades con ridículos ditirambos como “Gran timonel”, “Máximo líder”, “Querido líder”, “Padre de la patria”, muestras todas de las formas más degradadas de culto a la personalidad. Pero sucede que la libertad para informarse, examinar la realidad y proponer cursos de acción no es un lujo espiritual prescindible, sino una de las causas de la prosperidad en las sociedades modernas. Si hay una definición bastante exacta del hombre es la de “ser que se informa constantemente”. No es una casualidad que el saludo más extendido en la especie humana es “¿qué hay de nuevo?”. ¿Por qué? Porque el rasgo característico de la especie es la permanente transformación del medio en el que vive, y eso significa un cambio constante en los peligros que acechan y en las oportunidades que surgen. Tenían razón, pues, Yakovlev y Gorbachov cuando pensaban que la libertad para intercambiar información sin miedo ?la glasnost? era el camino para aliviar los enormes problemas de la URSS, pero se equivocaron al creer que el sistema comunista era reformable. No lo era, como finalmente me admitió Yakovlev, porque contrariaba la naturaleza humana. Eso lo condenaba al fracaso.

lunes, 29 de marzo de 2010

LA REBELION DE LOS CRISTEROS DE MEXICO (1926-29)
O CUANDO LOS CATOLICOS FUERON CAPACES DE

DEFENDER CON VALENTIA
SU FE





La Guerra de los cristeros de México consistió en un conflicto armado civil registrado entre 1926 y 1929, entre el ejército del gobierno del presidente Plutarco Elìas Calles y milicias de laicos, campesinos, presbiteros y religiosos catolicos que se oponían a la aplicación de unas extremas medidas públicas destinadas a eliminar y ahogar la práctica de la fe católica.
Estas medidas quedaron inicialmente plasmadas en la Constitución mexicana de 1917, una vez culminada la larga guerra civil en la que participó Pancho Villa entre otros lideres, la que, más que intentar separar Iglesia y Estado tal como se había hecho en muchas otras naciones a la sazón, iba mucho más allá, al negarle la personalidad jurídica a las iglesias, subordinaba a éstas a fuertes controles estatales, privaba a las iglesias al derecho de poseer bienes raíces, impedía el culto público fuera de los templos y prohibía la participación del clero en política. Al asumir la presidencia Plutarco Elías Calles (1924-28) , un general revolucionario, éste intentó ampliar aun más estas restricciones hasta un grado absurdo y claramente odioso, promoviendo la reglamentación del artículo 130 de la Constitución que, con el fin de suprimir totalmente la participación de las iglesias en la vida pública, establecía reglamentaciones tales como la obligación de que todo ministro de culto debia casarse para poder ejercer su labor, o la prohibición de constituir comunidades religiosas. Estas medidas conllevaban un indisimulado sesgo anti católico, y su objetivo final parecía ser conseguir la muerte por asfixia de la religión en un país tradicionalmente católico como México, en especial a nivel popular. Se inició una persecución contra quienes rompieran estas leyes, terminando muchos católicos y sacerdotes siendo fusilados o ahorcados por ordenes del gobierno. Como recuerda Jean Meyer en su libro acerca de este hecho:


"La tortura se practicaba sistemáticamente, no sólo para obtener informes, sino también para hacer que durara el suplicio, para obligar a los católicos a renegar de su Fe y para castigarlos eficazmente, ya que la muerte no bastaba para asustarlos. Caminar con las plantas de los pies en carne viva, ser degollado, quemado, deshuesado, descuartizado vivo, colgado de los pulgares, estrangulado, electrocutado, quemado por partes con soplete, sometido a la tortura del potro, de los borceguíes, del embudo, de la cuerda, ser arrastrado por caballos... Todo esto era lo que esperaba a quienes caían en manos de los federales». (Jean Meyer, La Cristiada, tomo III, págs. 251-252).

En 1925, el Estado mexicano había creado una iglesia utilitaria a sus intereses, llamada la Iglesia Católica Nacional Mexicana , a la que dotó con edificios, recursos y medios económicos para romper con el Vaticano. Ante esto, la Iglesia Católica mexicana genuina intentó reunir dos millones de firmas para conseguir una reforma constitucional, lo que fue rechazado por el gobierno. Entonces, numerosos católicos llamaron a realizar un boicot para no pagar impuestos, minimizar el consumo de productos comercializados por el gobierno y no utilizar automoviles para evitar consumir bencina estatal. Este boicot repercutió severamente sobre la economía nacional, y la intransigencia de Calles radicalizó posiciones dentro de numerosos grupos de la Iglesia Catolica.

La radicalización provocó que en varios estados del centro, incluyendo Ciudad de México, así como de costa Pacifica mexicana, y en la península de Yucatán creciera un movimiento social que reivindicaba los derechos de libertad de culto en México. La dirigencia del movimiento, llamada la Liga por la Libertad de Culto, cercana pero autónoma respecto de los obispos mexicanos, creyó viable una salida militar al conflicto. En enero de 1927, empezó el acopio de armas; las primeras guerrillas estuvieron compuestas mayoritariamente por campesinos, que sumaron inicialmente 12 mil hombres, para llegar a 20.000 dos años después, ya que el apoyo a los grupos armados fue creciendo, cada vez se unían más personas a las proclamas de ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva Santa María de Guadalupe! lanzadas por quienes fueron conocidos como los cristeros.
El origen del sustantivo cristero es disputado. Hay quienes consideran que fueron ellos mismos quienes utilizaron el nombre primero para identificarse, pero hay investigadores del fenómeno, como Jean Meyer, quienes consideran que, en sus orígenes, era una expresión despectiva, usada por agentes del gobierno federal, derivada de cristiano.


Los alzamientos se iniciaron en Zacatecas, Jalisco, Guanajuato y Michoacán, hasta extenderse por todo el centro del país, predominando los enfrentamientos en el area rural. Los obispos mexicanos se distanciaron del conflicto e intentaron negociar directamente con el gobierno las soluciones, de modo que el levantamiento tomó un caràcter predominantemente popular y campesino. Los cristeros constituían un ejército irregular y espontáneo(a pesar de que contaron con algunos militares de carrera en sus filas), que no esperaban recibir pago y no contaban con mecanismos formales de aprovisionamiento, reclutamiento, entrenamiento, atención a sus heridos o cuidado de los deudos. A diferencia de otros grupos armados en la historia de México no practicaron la así llamada "leva" (una práctica por la que se obliga a personas a sumarse a un ejército). Finalmente, a diferencia muchos grupos armados durante la revolución y antes durante el siglo XIX, el mercado estadounidense de armas estuvo--al menos formalmente--cerrado para este grupo, por lo que no pudieron adquirir armas o municiones y debían depender de armamento anticuado (mucho de él excedentes de la Revolución de 1910-1917) y operar con muy escasa munición. Se registraron numerosas batallas, sin que se lograra reducir el ímpetu de los cristeros en defensa de su libertad de culto.



Fusilamiento del Padre Miguel Pro (1927), por el ejército mexicano.


Murió gritando: ¡Viva Cristo Rey





Cristeros colgados en Jalisco, en los postes de la linea del tren.

El sucesor de Calles, Alvaro Obregón, sin sufrir del anticatolicismo fanático del primero, tenia la intención de lograr acuerdos que pusieran fin al conflicto, antes de ser asesinado por razones políticas (1928) . Emilio Portes Gil, su sucesor interino, buscó acuerdos apoyado por la mediación de Estados Unidos, decretando la solución más sabia si se desea sanar heridas y odiosidades: una amnistía general para los sublevados que dejaran las armas, devolver las casa episcopales y curales, y evitar, en lo sucesivo, mayores confrontaciones artificiales.
A partir de ese momento , sin embargo, el país entró en lo que investigadores de la relación Iglesia-Estado en México han calificado como un periodo de "relaciones nicodémicas", en referencia a Nicodemo, el fariseo que se acercaba a Jesús de noche (de ahí el término nicodemo, "el que viene de noche"): el Estado renunciaba a la aplicación de la ley y la Iglesia renunciaba a exigir sus derechos. Estas relaciones nicodémicas o modus vivendi debieron enfrentar, sin embargo un severo momento de prueba cuando el conflictivo Calles, presionado por los efectos devastadores de la depresión de 1929 pronunció el así llamado Grito de Guadalajara.
En ese Grito, 21 de julio de 1934, Calles--en su oficiosa condición de "jefe máximo de la Revolución mexicana"--hacía un llamado para que Revolución, triunfante en lo militar, se trasladara a partir de ese momento al ámbito de la conciencia, de la educación y, de manera más específica, de la educación de los niños. El Grito de Guadalajara marcó el inicio de una serie de reformas al sistema educativo mexicano que culminaron con el proyecto de la así llamada "educación socialista" (¿mera casualidad o coincidencia de intenciones con algunos intentos contemporáneos de invadir las conciencias de sus pueblos con contenidos socialistas que líderes totalitarios sudamericanos, como Chávez y Evo Morales, pretenden implantar ?), las que fueron rechazadas por movilizaciones de católicos e incluso una enciclica que el Papa Pio XII dedicó al conflicto mexicano. Gracias a esta fèrrea defensa de la doctrina católica por parte del pueblo ante la amenaza socialista , los sucesivos gobiernos mexicanos se decidieron a no aplicar la legislación en materia de cultos y a moderar las reformas educativas socialistoides. Por su lado, la Iglesia se abstuvo de discutir de manera pública las condiciones impuestas, llegando a una armonía, un equilibrio o modus vivendi que no habría sido posible sin la decidida defensa del pueblo por su religión . Todo un ejemplo para las actuales generaciones.















lunes, 1 de febrero de 2010

LA INFILTRACION MARXISTA EN
LA IGLESIA CATOLICA
EL LIBRO DEL PADRE PORADOWSKI




En el lejano 1974, las ediciones Universitarias de la U. Catolica de Valparaíso publicaron un valioso e interesantisimo librito de 100 paginas titulado "El Marxismo invade a la Iglesia", obra del sacerdote polaco y ex profesor de dicha casa de estudios, Miguel Poradowski (1913-2003) . Pese al interesante análisis que contiene , este libro me fue muy dificil de conseguir, y tras buscarlo durante largo tiempo, finalmente lo encontré en la Feria del Libro de Viña del Mar, en el stand de la UCV a solo $ 1000. Y al leerlo, comprobé realmente que se trata de una obra que debiera estar presente en todas las bibliotecas y en el plan de estudios de todos los Seminarios por su excelente y claro contenido. Si bien es cierto, desde 1974 a la fecha ha corrido mucha agua bajo el puente, y han ocurrido hechos importantes como la caida del marxismo como metodo de alcanzar el poder, con su lucha de clases y su dictadura del proletariado impuesta por la via armada (sucedido por el más discreto progresismo, de igual peligro valórico) y la decidida reacción teológica de la Iglesia Católica en contra de la Teologia de la Liberación, a mediados de los años 80, gracias al Papa Juan Pablo II , este constante intento de infiltración y desnaturalización de nuestra Fe no ha perdido su vigencia .


De acuerdo al libro del padre Poradowski, los marxistas habían ido desarrollando un plan de penetración graduada y por etapas dentro de la Iglesia Católica, evitando , a diferencia de los primeros tiempos del marxismo, enfrentarse directamente con la Fe (un método claramente gramsciano). Su plan consistió en la elaboración, mediante los trabajos de una serie de teologos tanto protestantes como católicos, de una serie de corrientes teológicas que van minando conceptos fundamentales del cristianismo y preparando, a la vez, casi imperceptiblemente, las mentes de los cristianos para una aceptación indolora de un "cristianismo" hecho a medida para los intereses marxistas. Su influencia no se ha dirigido tan sólo a la Teología, sino que también a la práctica (pastoral). Casi en todos estos trabajos se nota el mismo método, es decir, se pretende identificar al socialismo con el "Reino de Dios en la tierra". Busca convencer a los cristianos que tanto ellos como los socialistas buscan lo mismo, construyendo una nueva sociedad terrenal del futuro justa, equitativa y solidaria, pero con la salvedasd de que el único camino conducente a este fin aparentemente compartido es la revolución marxista.


Ahora, ¿cómo se pudo imponer a tantos teólogos un planteamiento tan materialista y hasta ateo, tan contrario a su concepción del mundo? He aqui el método sicológico usado, el de graduación, que conlleva primero a un lavado de cerebro gradual y aséptico, para una vez confundidos y reinterpretados principios básicos de la Fe, inyectar en pequeñas dosis la cosmovisión marxista y su curioso concepto del cristianismo.


El padre Poradowski ha definido siete etapas sucesivas y bien definidas que han permitido llevar a cabo esta infiltración, que serán analizadas a continuación :

1) el saduceismo del siglo XX
2) el Reino de Dios en la tierra
3) el cristianismo horizontal
4) Fe sin religión
5) Cristianismo sin mitologia
6) El cristianismo ateo
7) finalmente, el cristianismo marxista




1) El saduceismo del siglo XX: los saduceos eran una de las diversas sectas judías que, en tiempos de Jesus, se caracterizaban por no creer en la resurrección, de modo todos sus ruegos y alabanzas a Dios estaban dirigidas al objetivo final de obtener la felicidad en esta vida terrenal. No negaban ningún otro dogma de la Fe, reconocían a Dios como Creador y Señor del Universo y del hombre, pero ponían todo el acento en este aspecto y silenciaban todo lo referido a la vida eterna y su consecución. Este aspecto fue siendo impuesto a los modernos teólogos cristianos, otorgàndole absoluta prioridad a la construcción de este Reino de Dios material, en este mundo, y dejando de lado la esperanza de trabajar para una vida eterna tras la resurrección. Esta forma de concebir la vida religiosa constituye una excelente preparación para las siguientes etapas de la marxistización del cristianismo. Se trata de acostumbrar a los cristianos, partiendo por sus sacerdotes (el cura Berrios y el Obispo Goic son contemporáneos buenos ejemplos de esta actitud), a concentrar toda su vida exclusivamente sobre lo temporal (pobreza, trabajos, sueldos), sobre los asuntos de este mundo, acercando a los cristianos a los marxistas al eliminar inconscientemente de su mente el "molesto" tema de vida eterna, frente al cual el materialismo marxista no tenía nada que ofrecer.



2) El reino de Dios en la tierra

Este engaño se basa en la vaguedad escatológica con respecto al momento y a las características del anunciado Reino de Dios en la Tierra ¿ocurrirá antes o después del Juicio final? ¿será en este Mundo o en otro Nuevo Mundo? Un pionero de este concepto fue el teólogo protestante de los años 20 Karl Barth, socialista de partido, quien fue el primero en asimilar el objetivo del marxismo y del cristianismo. Según él, la construcción del Reino de Dios en la tierra sería el primer y principal deber del cristiano, y se puede identificar este Reino con la sociedad marxista.

Otro teólogo comunista, el suizo Konrad Farner, quien mencionaba que "el comunismo es la única y total esperanza del hombre" (?), llegando a decir la aberración siguiente: "sin comunismo no habrá en el futuro ningún cristianismo".



3) El cristianismo horizontal:

Lo esencial del cristianismo es el amor a Dios, pero su consecuencia se expresa en el amor al prójimo. La Nueva teología, que en el fondo es antropocéntrica en lugar de teocéntrica (una paradoja) , calla el amor a Dios (vertical) y pone todo el énfasis en el aspecto horizontal, es decir, el supuesto amor al prójimo. De este modo el cristiano se olvida de Dios pues se pasa a preocupar exclusivamente del prójimo, llegandose a la larga a la prescindencia de Dios.

De este modo, el servicio sacerdotal, como bien advirtió Paulo VI en 1973, "se reduce a una función filántropica-social, en lugar del area de las almas, de su relación y la de sus feligreses con Dios, que es donde se define la función específica del sacerdote católico".

Según esta corriente, cuyo precursor fue Dietrich Bonhoeffer, a Jesus se lo reconoce como un ser humano excepcional, ideal, perfecto, un modelo de vida; pero se calla intencionadamente su divinidad, su condición de hijo de Dios y hasta la importancia de su Redención. Se muestra a un Jesús que ayuda al projimo motivado exclusivamente por solidaridad, sentimentalismo y compasión humanas, pero se olvida el sentido esencial de su sacrificio: redimir a la humanidad y abrirle las puertas a la resurrección y a la vida eterna.



4) fe sin religión:

Si bien el marxismo desde su origen ha combatido a la religión (opio del pueblo, según Marx) , en los ultimos años ha decidido, desde un punto de vista táctico, tolerar la fe pero combatir la religión, el culto, la expresión ritual de la Fe, para conquistar y evitar enfrentarse a las grandes masas católicas, muy acostumbradas al culto. Su mensaje es que todos los rituales cristianos no corresponderían al "cristianismo puro" (miren quien viene a darnos lecciones de cristianismo!), por lo que se debe "limpiar" la Fe de los elementos de la religión. Son los cristianos a su manera, tan populares en nuestros días. Por eso, los marxistas combaten el culto mariano, el Rosario, las procesiones , incluso la misa y los sacramentos, señalandolos como contaminaciones innecesarias que desvirtúan la Fe.



5) Cristianismo sin mitologia

Según las corrientes teológicas marxistas , la religión ha sido penetrada a lo largo de su historia por elementos mitológicos paganos, por lo que agrupan los dogmas de la fe en la categoría de "mitos". Por ejemplo, llegan a sostener que el dogma de la Santísima Trinidad es un mito, como también lo son los Angeles, la anunciación, la Encarnación, la Redención, el Pecado Original y el Paraìso. Asi desnaturalizada nuestra Fe, sólo queda reducida a un simple hecho histórico, acsi una caricatura hecha a medida : la persona de Jesús de Nazaret (nunca llamado por ellos Jesucristo o Cristo), un hombre excepcional fundador de un movimiento politico-social de lucha por la liberación del hombre de la esclavitud y la explotación representada por un rgeimen de opresión de la època, hechos todos que ni siquiera encuentran asidero en los Evangelios.

6) El cristianismo ateo

Avanzando en la desnaturalización de la Fe, se llega al punto en que se llega a afirmar que el cristianismo primitivo, el del primer siglo (olvidando completamente las enseñanzas de San Pablo) , no tiene nada que ver ni con la religión ni con la fe, pues habría consistido solamente en un movimiento laico revolucionario. De acuerdo a ello, Jesús sólo sería un caudillo político que pretendia liberar a los judíos de la opresión romana, haciendo proyección de liberar al hombre de la opresión y explotación de las estructuras capitalistas. No hay respaldo alguno de esta visión nen los Evangelios, por el contrario, hay elementos que descartan esta visión ("Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios"), pero el marxismo insiste en presentar a Jesus de Nazaret como un simple hombre, no un Dios encarnado, pues a esta altura de la degradación teológica el marxismo ya afirma que Dios no existe. Todo el componente trascendental de la religión sería, a conveniencia del marxismo, producto de una leyenda.



7) el cristianismo marxista

Inyectando gradualmente su veneno, el marxismo pretende adaptar el cristianismo a las exigencias de su filosofía atea y materialista. Si muchos cristianos laicos y clérigos han llegado a aceptar esta contradicción sin mayores problemas de conciencia, se debe al previo "tratamiento" del tema. Quien aceptó el "saduceismo" (ausencia de resurrección ni vida eterna, principio basico de nuestra fe: "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra Fe", decía San Pablo), después de algún tiempo está preparado a aceptar también la invitación de parte de los marxistas, para participar en la construcción de una nueva sociedad ideal socialista del mundo, envuelta en el concepto de "Reino de Dios en la tierra". Quien acepta ésto, ya está preparado para el siguiente paso, aceptar el "cristianismo horizontal", el cual lo llevará a su vez al cristianismo concebido como una "fe sin religión", sin rituales ni sacramentos. Y siguiendo este "tratamiento" o lavado de cerebro gradual, poco a poco se va acercar al cristianismo desmitologizado, y por su intermedio, al cristianismo ateo. Así, por grados y etapas, sin mayores traumas, va a llegar hasta la meta final buscada por el gramscismo, el "cristianismo marxista".
Esto permitió al marxismo no solamente infiltrarse en la teología, sino hasta llegar al descaro de presentarse como maestros de ella.
El marxismo de los años 70 ya no pretendía destruír a la Iglesia Católica (por el momento), sino que servirse de ella y hacer que sea la Iglesia la que cave su propia tumba.
Ya el marxismo como tal no existe como práctica masiva, pero dejó una huella indeleble y nefasta sobre nuestra Fe, y su sucesor "light", el progresismo valórico, continúa horadando sin descanso las bases de nuestra religión y del bioen en general.